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Las indecencias de la vida urbana en el Distrito Federal

El desarrollo humano, según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), consiste en “la libertad y la formación de las capacidades humanas, es decir, en la ampliación de la gama de cosas que las personas pueden hacer y de aquello que pueden ser. Esto significa vivir una vida larga y saludable, adquirir conocimientos y tener acceso a los recursos necesarios para tener un nivel de vida decente.” En muchas ocasiones la palabra decente nos refiere a lo que se considera acorde a las moral, sin embargo, en este caso enfocaremos la discusión del adjetivo decente entendiéndolo como suficiente, satisfactorio, justo, digno o de calidad.

Si nos referimos al Desarrollo Humano como un proceso de aumento de capacidades de las personas en una sociedad y que cada persona acceda a más y mejores opciones para elegir su forma de vida y su destino.  Con desarrollo humano las personas pueden decidir cómo vivir, qué estudiar, cómo ganarse la vida, qué educación quieren para sus hijos, el entorno social en el quieren desarrollarse, sus creencias religiosas o su ideología política y las autoridades que las gobernarán.

Además del acceso equitativo a la salud, al conocimiento y al ingreso, ¿Qué significa una vida decente? El hecho de ponerle adjetivos a la calidad o la forma de vida de las personas de entrada complica la situación, definir si una vida es decente o aceptable o no, puede generar interminables discusiones. Si bien se han generado indicadores para determinar el nivel de desarrollo humano de una sociedad, estas variables nos dicen poco de cómo se vive en la Ciudad, ¿Qué experiencia tienen las personas que viven en el Distrito Federal? ¿A qué problemas se enfrentan las familias para determinar un destino propio, para construir futuro, para trazar caminos de ejercicio pleno de la libertad? Independientemente de lo que entendamos por una vida decente, o digna o suficiente, el tema es caracterizar la experiencia de vivir en la Ciudad como una experiencia de ampliación de las capacidades humanas, ¿Es la vida en la Ciudad una oportunidad para las personas para ampliar sus capacidades, sus opciones?

De entrada sí. La vida urbana concentra oportunidades, genera economías de escala, acerca y reproduce la interacción y el intercambio entre las personas, ayuda a la focalización de la política social. La urbanización bien planeada y el reordenamiento urbano mecanismos indispensables para generar desarrollo humano. Pero ¿Cuáles son las indecencias de la vida urbana en la capital? No es un tema de moral, insisto, es un tema de suficiencia. Si el gobierno gasta lo que gasta en materia social y en sendos programas y políticas sociales, ¿Qué obstaculiza una vida decente en la Ciudad?

El primer obstáculo es precisamente el exorbitante gasto social en perspectiva con la inversión y los resultados. El gasto social excesivo en materia de transferencias (el de los Adultos Mayores, etc.) inhibe el desarrollo, genera dependencia, genera beneficiarios pasivos que se acomodan a la política social, incentivo perverso que no amplía capacidades, las limita. En esto tanto la visión federal como la del GDF estarían completamente en contra de mi postulado, para ambos, con sus diferencias de criterio, la forma en la que se generan oportunidades para las personas es con la transferencia focalizada de recursos económicos a las personas (apoyo económico directo), que si bien es un instrumento importante, no debe verse como el único.

Otra indecencia es la incapacidad gubernamental para determinar parámetros de medición de las condiciones humanas en la Ciudad, además para ponerse de acuerdo entre los diferentes niveles de gobierno. La política social se ha universalizado en el Distrito Federal, por ley hay derecho a obtener estos recursos (por ejemplo el apoyo alimentario a Adultos Mayores de 68 años). Para evitar la catástrofe fiscal, se ha focalizado y territorializado la política, es decir, solo a quienes cumplan ciertas características ubicadas en un territorio específico se le aotorga la posibilidad de ejercer este derecho universal de ser beneficiario de transferencias y apoyos sociales. Por mínima que sea la unidad de medida de territorialización de la política siempre termina promediando situaciones dispares. Por ejemplo, en la realidad una persona se come 2 pollos al día, si su vecino no se come ninguno, el indicador que promedia la situación de ese pequeño territorio nos diría que esas dos personas se comieron un pollo cada una, lo cual es falso en la realidad.

La tercera indecencia urbana tiene que ver con que la Ciudad es a nivel nacional la mejor calificada en materia de desarrollo humano, en prácticamente todos los indicadores y aspectos de evaluación. Sin embargo, los indicadores tradicionales no consideran una experiencia de gran importancia, el asentamiento humano irregular o precario, la ocupación en la informalidad, la persona que vive sin acceso a servicios básicos y que se encuentra atrapada en una situación de riesgo. Entonces el Gobierno de la Ciudad que plantea “primero los pobres” o la “ciudad con equidad” tiene grandes problemas para brindar condiciones de vida decente a más de 800 asentamientos irregulares que ocupan 2 mil hectáreas de la ciudad y en donde habitan alrededor de 15 mil familias en espacios como casetas de ferrocarril, casas de lámina, cuevas, barrancas, zonas minadas, zonas de grietas, territorios de áreas de conservación ecológica. Son las ciudades perdidas en donde las condiciones de salubridad y seguridad humana representan un grave reto para la suficiencia de la Ciudad en materia de desarrollo humano. Además de los asentamientos humanos irregulares están las alrededor de 9 mil familias que habitan en zonas de riesgo hidrometeorológico, estructural o geológico en la Ciudad.

Un modelo alternativo de Desarrollo Humano para ser efectivo en una Ciudad bien calificada en términos de indicadores tradicionales tendrá que considerar estos obstáculos para evitar que las condiciones de pobreza y marginación se vuelvan cada vez más difíciles de abordar.

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